El robo de encendedores es del tipo de faltas que se bastan a si mismas; es onanista, de alcance restringido, no se expande ni irradia su indudable maldad, pues hace creer al infractor que no comete ningún ilícito. Incluso hay personas incapaces de sobrellevar todos sus vicios al mismo tiempo que se avergüenzan de pedir el noveno cigarrillo de la noche, pero en cuyas mejillas es imposible descubrir el mínimo rubor al momento en que deslizan, como que no quiere la cosa, un encendedor ajeno en su bolsillo desierto. Y tal es la desfachatez que demuestran, tal la completa ausencia de culpa, que confieso que tras observar detenidamente su modus operandi la pregunta aparentemente propiciatoria y cándida de "¿tienes fuego?" ha terminado por transformarse en mis oídos en una versión edulcorada del "¡arriba las manos!".
Luigi Amara
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