Ayer caminaba de noche, entre las personas rostros difuminados y mi visión maltrecha por la nueva graduación de mis espejos para realidad, caminaba buscandole a ella, rastreaba su aroma entre los puestos y las porquerías, ella sin dar vuelta se animo a desaparecer y fue cuando perdí el rasto que caí en cuenta de su nula presencia, ella nunca estuvo ahi.
Deglutiendo la recien adquirida certeza seguí caminando por ahi, las calles del centro y su aroma característico, caminé sin el rumbo previo preestablecido, descubrí una vecindad adoradora de la muerte y vendedora de sus garras, un hotel de paso maltrecho sin jabón y por hora, todo se aromatizaba por la necesidad tangible de salir corriendo, así parecía por lo menos para mi.
Un cine plagado de hombres viejos y la calvicie de un sacerdote entre la pornografía de hoteles de paso, una niña perdida y una madre orando en una esquina de algodones de azúcar.
Y caminé hasta que las botas se hicieron dolorosa tortura de mis culpas, deje de sentir el pie fuerte y decidido, me tambalee y lloré profundamente mis extraños en la banca de un lugar concurrido, obscuro y apacible.
Hoy, he despertado con dolor en los tobillos y una nueva cicatriz.
P.
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