Intento hacerlo aparecer de nuevo, vuelvo con el pensmiento al instante en que tome el primer sorbo. Me encuentro a mi misma en el mismo estado, sin ninguna claridad nueva. Pido al alma un esfuerzo más, que me traiga la sensación fugitiva.
Y para que la nada la estorbe en este arranque con que va a probar captarla, aparto de mi todo obstáculo, toda idea extraña, y protejo mis oídos y mi atención contra los ruidos d la habitación vecina. Pero como siento que se me cansa el alma sin lograr nada, ahora la fuerzo, por el contrario, a esa distracción que antes le negaba, a pensar en otra cosa, a reponerse antes de la tentativa suprema.
Y luego por segunda vez, hago el vacío frente a ella, vuelvo a ponerle cara a cara con el sabor reciente del primer trago de té y siento estremecerse en mi algo que se agita, que quiere elevarse; algo que acaba de perder ancla a una gran profundidad , no sé el qué, pero que va ascendiendo lentamente; percibo la resistencia y oigo el rumor de las distancias que va atravesando.
Indudablemente, lo que así palpita dentro de mi ser será la imagen y el recuerdo visual que, enlazado al sabor aquel, intenta seguirlo hasta llegar a mi. Pero lucha muy lejos, y muy confusamente; apenas si distingo el reflejo neutro en que se el inaprehensible torbellno de los colores que se agitan; pero no puedo discernir la forma y pedirle, como a único intérprete posible, que me traduzca el testimonio de su contemporáneo, de su inseparable compañero el sabor, y que me enseñe de que circunstancia particular y de que época del pasado se trata.
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