Navidad es mañana, de verdad que ni he notado con importancia o emoción la temporada en todos lados, a mi me ha sorprendido el calendario mental hoy por la mañana y sin más una pelea familiar, una reconciliación con pretexto, aquí nada huele a pino, a manzana, a canela o si quiera a pavo muerto, más bien huele a prisa, al inevitable pasar de los días que vienen uno tras otro y que a todos nos vino a marcar la supuesta compostura que debemos guardar para no atentar con la escopeta en contra de la noche buena, realmente no me queda muy claro porque la negación de conflictos y a la vez es cristal, la muerte viene cerca, de la mano de todos nosotros, un paso al costado izquierdo en diagonal, esta semana nos soplo en la nuca, nos mostró el retrato cotidiano de la pérdida, el caminar lento de una procesión que con respeto acompañaba a una familia en su triste despedida, ha sido más fuerte que entendible, la vida nos corre por la sangre y cuando decide dejar de burbujear en nuestra concepción de vida se queda todo, la sangre y el cuerpo que habitaba, pero la burbuja desaparece, el halo frágil y mortal se apodera de las circunstancias y el soplo desaparece, es una cuestión casi inefable, de ambas partes, aunque solo pueda tener el testimonio de los que estábamos fuera de ese féretro. No tengo idea real de lo que sería tener una hermana, menos puedo tener mucha idea de lo que sería perderla, y de pronto toda la cuestión de la navidad se convierte en una cuestión de perspectiva, es cruel la posición pero es también lo que el inconciente toma con sus garras y lo aprehende.
No he tenido ganas de escuchar a Krall ni si quiera a solas porque me provoca llorar y ¿para que?, y finalmente a estas alturas no llorar resulta contradictorio mientras que llorar resulta absurdo, no sé que prefiero, la contradicción tiene sus ventajas sobre lo absurdo, pero lo segundo en muchas ocasiones contiene una carga patética tan importante que me resultaría difícil no escribirle, suena tentador.
No he tenido ganas de escuchar a Krall ni si quiera a solas porque me provoca llorar y ¿para que?, y finalmente a estas alturas no llorar resulta contradictorio mientras que llorar resulta absurdo, no sé que prefiero, la contradicción tiene sus ventajas sobre lo absurdo, pero lo segundo en muchas ocasiones contiene una carga patética tan importante que me resultaría difícil no escribirle, suena tentador.
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