Desde este exilio a medias, porque tal vez lo que duele de
él es justamente la medianía, escribo por necesidad de respirar pasados y exhalar
inercias, la vida me atrapó de pronto en una burbuja –sí, aquellas que siempre
me han cautivado, y que ahora el cautiverio es la principal razón de mis
angustias- .
Un lunes de Marzo por la mañana empezó el recuento de vidas
pasadas, el eterno retorno y sus manifestaciones de aires mundanos y elípticos,
una hemorragia cerebral, llamadas de urgencia, peticiones de ayuda, hombros
prestos a ayudar, hospitales, miedos irracionales, temores racionales,
lágrimas, desvelos… Las noticias de hoy siempre se vuelven la basura de mañana,
y así, la historia deja secuelas a casi dos meses del acontecimiento, pero como
siempre, los protagonistas no son los que huyen, por lo menos no en este caso,
esta historia habla de abandono de ilusiones, de familia de elección que piensa
que el haber estado en el hospital aquel día resulta suficiente e incluso,
demasiado; y es que hay tantas historias involucradas en esta súbita tarde de
primavera, que al pensarlas juntas, duele la cabeza, siempre lo dije: es
impresionante hacer consiente que TODO pasa al mismo TIEMPO, nunca había tenido
tanto sentido aquello de la simultaneidad. Todo en esta primavera ha sido mucho, para todos los lugares posibles,
miedo, tristeza, sonrisas, sorpresas, desilusión, mucho.
No sabía lo que era vivir en continuos estados de fuga hasta
hace poco; recuerdo mis clases de geometría analítica, los planos cartesianos y
aquellos puntos que salen de la “normalidad” de la ecuación y se disparan fuera
del plano para convertirse en puntos de fuga al infinito, justo eso puede ser
lo que suceda ahora, tal vez este capítulo de mi vida se encargue de ayudarme a
entender justamente hasta dónde pueden llegar esas líneas de fuga y romper los
esquemas cartesianos de mi cuadrícula chica, incluso a veces, de mi papel
milimétrico comprado en la papelería de aquella señora que me regalaba dulces y
que murió hace unos años.
Son pequeños dolores lo que acompaña esta explosión sanguínea
(no pretendo matar a nadie de literalidad, pero en este caso, la frase cobra
todo el sentido pertinente) es la pérdida súbita de una vida que daba por
hecho, es saber que el ser amado sufre a tu lado y a tu alcance solo tienes un
poco de agua para sorber las lágrimas y que ella no se dé cuenta, es dejar de
dormir una noche completa, no importa que estés o no a su lado, es extrañarla aunque
la tengas ahí, porque, por lo menos por ahora, ella es alguien que por momentos
no te conoce, ni a ella misma; es dejar de leer, no poder escribir, renunciar a
cosas tan mínimas como la certeza de un rostro amable por la mañana; aquella
frase de “yo daría mi vida por ti”, ese ofrecimiento banal, ahora es no solo
lapidario, es una realidad aplastante.
Y así la realidad se impone, abrumadora, salvaje, densa. La
ilusión de aquellos amigos que se pensaban cerca para momentos recios, de
pronto deciden que un mensaje cada semana o dos viene bien, como si fueran sus
palabras un evangelio, y con ellas llegara de forma inmediata la paz o el consuelo
que no se han permitido procurar en un proceso que no para de desdoblarse; tal
vez soy muy exigente, tal vez lo soy porque en mis relaciones de esa naturaleza
simplemente yo no podría actuar distinto, sin embargo la pertinencia de un
aviso a mí misma no está de más: cuidado. Y es que, ¿quién, que se presuma
inteligente, puede pensar que una embolia cerebral termina al dar de alta al
paciente para llevarlo a casa? Les tengo noticias, el proceso empieza a penas
ese día.
Y así como existen aquellos que decidieron huir, se quedaron
quienes tenían que hacerlo, no en el sentido imperativo del término, tal vez en
el sentido determinista del mismo. Se quedan cerca quienes las circunstancias
se han dedicado a tamizarlos en mi vida, se ha quedado quien mejor me conoce;
quien está descubriendo mis amores; quien está lejos pero no a la distancia; quien
conoce mis miedos profundos; quien provee lo necesario para que el trayecto
árido encuentre abrevaderos libres de espejismos falsos; quien me sostiene a
pesar de conocer poco de mi o de mi vida; quien siente empatía; aunque jamás ha
vivido algo similar, pero escucha y tiene una palabra o un dulce en el bolsillo
presto para regalarlo; los profesores que sabiamente se solidarizan con las
prioridades y se toman el tiempo de escribir cosas que tocan el alma y apagan
incendios; aquella familia que creía ajena y que se forma a mi lado
respetuosamente, en fin; todos somos fueguitos, algunos iluminan más que otros,
y ahora en mi vida varios de ellos se extinguen, mientras tantos otros iluminan
el camino.
De mi salud, mejor escribo después, porque cada que intento
tocarme el tema parece repetirse el dolor que me atraviesa; y así, repito,
desde el medio exilio en el que me veo hoy, llena de paradojas y pérdidas momentáneas
(sí, suena a oxímoron) alguien me espera paciente, y a su encuentro me dirijo
ahora.
P.
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