De pronto de la nada aparece la luna debajo de la espesa neblina, han pasado días enteros sin que se vean las estrellas, el cielo es gris y llueve monzonicamente durante días y noches sin tregua. Así, mis últimos meses.
Es decir poco que los últimos meses mi vida ha sido una tormenta devastadora, los relámpagos iluminan a lo lejos los vestigios de una vida pasada y de nuevo todo se cubre de nubes y sombras, de planos largos y silencios abrumadores, de esos que más bien parecen zumbidos ensordecedores.
No he tenido tiempo ni de percatarme de los daños colaterales, y de a poco me transformo en esta que no se reconoce, otra vez.
Parece que me confundo con el paisaje sombrío, poco a poco me vuelvo una sombra más en la utopía que aparenta serlo a lejos en el horizonte. Me aterra.
A veces el miedo es tan profundo que me paraliza, otras tantas el miedo me hace reaccionar de formas insospechadas, noches enteras en vela que tienen como resultado una sequía dolorosa y temible en lo profundo de todos lados. Porque todos lados es vacío y el vacío soy yo misma.
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