Buenos Aires, Argentina. Febrero 11, 2014
Si, Ayer me tatué a Kerouac, y hoy después de conocer la
bombonera, caminito y el barrio de Monserrat, llego a Puerto Madero para
llenarme los ojos de edificios altísimos, gigantes de acero que contrastan con
el resto de la ciudad. El lujo y la riqueza, el lavado de dinero es evidente;
me recibe el Hilton justo frente al puerto. Después de una mañana de lluvia, el
sol pega duro en el agua. Camino por el puerto y la imagen del puente de la
mujer se yergue estilizado ahí delante, camino con las manos y los brazos
abiertos y con lentes oscuros me dispongo a cruzar por ahí. Justo al terminar
el puente, a unos cuantos metros doy vuelta izquierda y veo la fragata
Sarmiento, un barco militar de buen tamaño que por dos pesos argentinos me hace
viajar en el tiempo.
Abordo la nave y se cruza en mi camino una mujer de ojos
esmeralda que se apresura a preguntarme si quiero una foto en la cubierta del
barco; sube al primer piso de la nave y la sigo a donde ella decidió era el mejor
spot posible para hacer la foto. Después de tomar varios planos, tomo entonces
la iniciativa y me presento, su nombre es Renata, española, madrileña.
Recorremos el barco, reímos al intentar averiguar que se siente recostarse en
una hamaca para marinos, descendemos a las cámaras de cadetes y yo decido que
es buen momento para humectar la locura de Kerouac y ella ofrece a ponerme
crema para cubrir el tatuaje nuevo, siento sus manos frías en la espalda, la
mejor forma de romper el hielo. Termina el ritual siento sus labios en la nunca, justo en medio
de los microdermales que la centran. De inmediato me noto en extremo nerviosa y
ni me atrevo a moverme, ella recarga su mentón en mi hombro derecho y nos
quedamos ahí, frente a una ventana con platos y medallas al mérito y al valor.
Me sudan las manos, de pronto ella me dice que tiene tres tatuajes, decide
buena idea desabotonarse los “vaqueros” y mostrarme las grecas que tiene en la
cadera izquierda; toco el tatuaje con la mano mucho más titubeante que ella cuando
lo hizo anteriormente con el mío… me besa, sin más. Ráfaga de calor me
atraviesa y de pronto ella gira, me toma de la mano y me pide que la siga una
vez más, una vez más lo hago. Le tomó dos minutos abrir la puerta de una
camarilla en donde el sol daba con todo a través de una ventana redonda de
madera. Ella entra primero, inmediatamente da vuelta y yo aún en medio de la
escotilla, se apresura a besarme y yo apuro el pie para quedar por fin dentro,
mientras a la vez, intento cerrar tras de mi la puerta que no alcanza más que a
quedar entre abierta, no me atrevo a moverme mucho al principio pero sus manos
se apresuran a mi nuca, me abraza, pega su cuerpo al mío y me besa sin prisa y
sin tregua. Me regala sonrisas y en esa cámara de sol sus ojos se transforman
en azul vivo mientras sus manos no dejan de ser frías, lo noto cuando me
acaricia por debajo de la blusa la parte baja de la espalda; apenas puedo creer
que esto esté sucediendo, todo resulta ser tan poco probable… una fragata en
Puerto Madero se convierte en minutos en el sueño de una tarde de verano en la
Plata.
El tono sube, respiro distinto, me toma firme la mano derecha
y noto que jamás se abotonó de vuelta los jeans, lo se porque es ahí donde
conduce mi mano con rapidez, casi me derrito cuando noto la inexistencia de
ropa interior y a la vez sus manos prestas y hábiles con los botones de mis
pescadores. Casi no mediamos palabra, nos concentramos en ser dos completas
extrañas que de cualquier forma no temen ser descubiertas por quienes abordan
constantemente el navío.
Todo resulta intenso a ese momento y me vuelvo loca con las
pocas cosas que murmulla muy cerca de mi oído, ese acento y la respiración
rápida y acompasada, la atmosfera húmeda, las vocales entrecortadas; hacen de
esta la fantasía lúbrica más excitante de una mujer que busca sorprenderse.
Nadie interrumpe el momento, ni el calor, el sol, o la
tripulación. No sé cuánto tiempo duró el encuentro, me perdí entre husos
horarios hace días.
Salimos de ahí con calor, sed y una sonrisa amplia y cómplice.
Me costó trabajo subir las escaleras a cubierta, me temblaban las piernas y por
supuesto hice todo lo que pude para que ni ella ni nadie lo notara, pero no lo
logré. Rió conmigo cuando casi resbalo del cuarto escalón que conducía de
regreso al aire fresco.
Necesito un cigarro y se lo digo, salimos de la fragata
caminando por el “puente” hacía el muelle, saco los cigarros de la mochila y
noto como cierra los ojos con el sol en la espalda sentada junto a mi. Ella no
fuma; al acerca el cigarrillo a mi boca, la percibo de nuevo, la tengo aún ahí,
en la punta de los dedos, en los labios y claro, en la nuca. Cierro los ojos
también y prendo el encendedor, fumo y aspiro ampliamente, el humo se estaciona
entre ambas, el viento no existe. Decide entonces ir a comprar un par de
cervezas al Kiosko a unos metros de distancia, par de Stella frías que bebemos
despacio sentadas en la rambla aún frente a la fragata.
¿Qué se dice después de un encuentro de esa naturaleza? Yo
escondo entonces los ojos de nuevo en los lentes oscuros y me pregunta entonces
qué hago en Bs. Aires, a lo cual respondo: No sé, tal vine a conocerte. Suelta
una carcajada breve --de inmediato note la intensidad de mi respuesta- así que
intente suavizarla explicándole los verdaderos motivos de la travesía. Justo en
ese momento veo el reloj y noto que tengo exactamente 10 minutos para regresar
al autobús turístico que me llevaría de regreso al centro y a mi amado bus 111,
así pues me despido apresuradamente y corro de regreso por el puente de la
mujer. No la volveré a ver jamás.
P.
Me enchino la piel... Si a mi me hubiera pasado eso, seria como un sueño hecho realidad... preciosa experiencia! :)
ResponderBorrarFue eso tal cual... Un sueño que se extendió a la realidad... Gracias por leer!
BorrarMe gustan tus letras, vendre a pasear a tu blog! saludos
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