¿Qué tiene que ver en realidad la idea
de laicidad con el método masónico como método de construcción personal? ¿No se
trata en realidad de un concepto de orden político ajeno por lo tanto a la
metáfora masónica? ¿No es en realidad la laicidad una bandera política entre
otras, respecto de la cual la Masonería como institución no tiene más que
quedar al margen?
Creo
que podemos descubrir con un pequeño esfuerzo hermenéutico que hay un
entendimiento de la laicidad que emparenta este concepto con la función
mediadora propia del método masónico. Hay algo en la laicidad tal y como
venimos a proponerla, un hilo conductor, que la engarza simbólicamente con el
dios Hermes, dios de las encrucijadas y caminos, del diálogo y del comercio,
del intercambio y la mediación. Según esta tesis la laicidad no es sino una
simple trasposición al ámbito de la
Civitas de los mismos mecanismos de comunicación y
sociabilidad que rigen en el seno de la Logia.
El principio de mediación forma parte
de la masonería constitucionalmente y el mismo se puede deducir de las mismas
Constituciones de Anderson cuando en la sociedad fragmentada y traumatizada por
los conflictos religiosos y políticos de la época propone la idea de la Logia como Centro de la Unión entre personas que de
no ser por la masonería nunca se hubieran conocido, reconociéndose
colectivamente en aquella religión de la buena voluntad y las buenas obras en
la que todos los hombres están de acuerdo dejando para cada uno sus opiniones
particulares. En ese momento Anderson está estableciendo un principio de
mediación que puede proclamarse como principio general, según el cual cuando se
produce una situación de desencuentro o de comunicación antagonista el
principio masónico propone «ir mas allá» de los términos en los que se produce
ese desencuentro o ese antagonismo y construir un nuevo marco de referencia en
el que las partes puedan reconocerse. Cuando los mundos simbólicos y de sentido
en presencia colisionan es preciso realizar una metáfora común, que permita
compartir un nuevo lenguaje, en el cual y sin perjuicio, cada uno pueda
mantener fidelidad a su viejo lenguaje y se dé sin embargo la posibilidad de
una acción comunicativa. Según la fórmula de Anderson esa experiencia de
comunicación si se vive genuinamente tiene por sí misma capacidad para
transformar a todos los que participan en la comunicación. Cuando la
comunicación tiene la intensidad necesaria puede provocar un verdadero efecto
de "fusión de horizontes", transformando así la prospectiva con la
que cada uno de los comunicantes consideraba anteriormente su propia posición
en la comunicación y por ende la de las demás partes ¿Cómo puede ser que la
palabra tenga esa virtud?. La Logia
puede tener esa capacidad porque es un lugar de encuentro y encontrar, de
verdad, a otros seres humanos es una experiencia que no nos deja indiferentes
sino que está grávida de consecuencias. Puede aplicarse al encuentro en Logia
y a la comunicación que puede surgir en su seno el razonamiento que le
dedica Theodore Zeldin a la experiencia de la conversación como una aventura en
la que juntos los seres humanos nos preparamos para hacer del mundo un lugar
menos amargo: «La cosa parece imposible en tanto que creemos que el mundo está
gobernado por fuerzas económicas y políticas irresistibles, que los seres
humanos no somos en última instancia sino animales, que la historia no es más
que una larga lucha por la supervivencia y supremacía. Si todo fuera así, no
podríamos cambiar gran cosa pero yo veo el mundo de otra forma; para mí, está
constituido de individuos en busca de un compañero, de un amante, de un gurú,
de un dios. Los sucesos más importantes, aquellos que cambian la vida, son los
encuentros entre los individuos. Algunos se decepcionan, renuncian a buscar y,
se vuelven cínicos. Pero otros continúan su búsqueda de nuevos encuentros».
La metáfora masónica de la
construcción es el lenguaje que hizo y sigue haciendo posible representar los
ejes esenciales de la vida humana, tanto social como colectiva como una matriz
de sentido compartible por todos aquellos que al menos tienen en común el
impulso constructivo. Se trata de una metáfora feliz que simpatiza con una gran
cantidad de seres humanos, que, de una manera u otra, poseen ese impulso
constructivo. No es casualidad que la metáfora de la construcción goce cultural
y psicológicamente de una pregnancia intensa, de una simpatía espontánea. El
hombre es un ser constructivo.
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