Me inquieta la muerte, la agonía, el paso.
La discontinuidad pues, parte de la naturaleza huana hacia sí misma, y yo aquí estudiando reglas de inferencia, premisas verdaderas y conclusiones dubitativas.
¿Duele morir?, porque pensar en ello por lo menos si me mueve fibras sensibles, vivir la muerte del otro es enfrentarse a un espejo de aceptación propia, y todo convencionalismo social al respecto estorba.
Los rituales se llevan a cabo de forma casi autómata, en realidad no se cuánto hagamos concientes de ello en su momento, y la pertinencia parece ser lo que avanza en la banda de lo cotidiano, es lo que permite que las excequias sirvan como momento de trance-transito para los que se despiden desde aquí.
Es nuestra pequeña forma de ofrecer un requien que sólo viven los que se quedan, que alivia la despedida o por lo menos es el primer paso para caminarla.
P.
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