miércoles, julio 23, 2014

Anestesia

Tuvieron que pasar meses enteros para que la anestesia finalmente saliera de mi sistema, en al asiento del pasajero desperté, llore y me conmoví, me enoje conmigo, la revolución se detuvo un momento y volví a ser yo.

Las máscaras duras se derriten despacio, y me vulnero ante mi, así, súbitamente regresé. El café me resbala despacio por la garganta, ya no tiemblo, queda la sensación de volver a casa, sin importar las consecuencias. 

Me perdí un buen rato, y vivir en la superficie resulta no solo cansado, innecesario más bien. Caigo en cuenta de que esa enorme acumulación de palabras, libros, películas, discursos correctamente argumentados son la fuga que me impuse para no sentir, porque parecía más fácil dejar de lado lo que importa, lo que se siente, lo que puede demoler; me convencí de que ser impenetrable era la mejor opción para alguien que en el fondo muere de miedo.

Pero esta soy yo, la niña que se para frente al mar y espera el momento indicado para tomar la ola, la que disfruta enorme reír horas dentro del agua y jugar a que la arena y los pequeños peces son y serán siempre los regalos inefables del momento, el azul esta presente a cada paso, y las despedidas que antes parecían una jugada torcida del destino hoy son puentes y millones de posibilidades.

P.


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