martes, julio 23, 2013

Nietzsche y el vitalismo necesario

“Nietzsche soñó con un hombre que no huyera más de un destino trágico, sino que lo amara y lo encarnara plenamente, que no se mintiera más a sí mismo y se elevara por encima del servilismo social” 
George Bataille

La vida se desborda de forma abrumadora en ocasiones, se impone la realidad de un cautiverio no anunciado, doloroso, incluso a veces, aplastante. Es en esos “entres” cuando me cuestiono de forma casi ineludible acerca de la pertinencia de la filosofía en todo ello, de mi habitar el mundo con una visión crítica, de andar a media noche entre largos pasillos de hospital recordando a Spinoza, a Zaratustra, al mismo Kant; todo para descubrir que en el momento de las decisiones trascendentes jamás hago consiente la influencia de mis estudios en ellas, no por lo menos de forma inmediata, y es entonces cuando la reflexión se vuelve la estrategia de vida para atravesar por esos áridos desiertos que crecen, y Nietzsche retumba “para todos y para nadie”.
Entre tanta vida a veces me diluyo para poder respirar de nuevo las letras, que desde hace años, me convencen a cada momento de que no son sólo letras, que la filosofía tiene que ser de carne y hueso, llena de sangre roja y palpitante, que aquel divorcio entre razón y sensibilia es la ilusión del genio maligno que acecha pero no perdura.
Es ahora cuando quiero morder la carne viva del vitalismo de Nietzsche, de Bergson y claro, del que desde antes lo imaginó posible y lo asumió con todas sus consecuencias; Spinoza. Aquí entonces el resultado de estos días que me prueban demasiado humana, aquí la persuasión de la filosofía al respecto de la vida, aquí mis lecturas de Bachelard y Nietzsche en tanto estrategia de vida.

La filosofía vitalista tiene como primera distinción del racionalismo filosófico entender la realidad como proceso, tratar del ser en devenir, es decir, es heredera de Heráclito. En lo antropológico la libertad es no sólo característica de la voluntad, sino esencia del ser hombre, se abandona el concepto tradicional de razón (abstracta, especulativa o científica) para considerar la razón como vital o histórica.
El vitalismo es una reacción ante una tradición de corte racionalista y en plena modernidad (idealismo alemán que en gran medida le debemos a Kant) que intentaba determinar los planos del ser y su constitución moral.
El vitalismo exalta la vida como realidad radical, la vida es lo sustancial del hombre y se constituye en él, se vuelve en herramienta para conocer la realidad, la intuición que simpatiza con lo que se quiere conocer teniendo experiencias vitales de esas cosas antes de racionalizarlas.
“El conocimiento poético del mundo precede, como conviene, el conocimiento razonable de los objetos. El mundo es bello antes de ser verdadero. El mundo es admirado antes de ser verificado”. Bachelard
Axiológicamente no hay otro criterio para jerarquizar los valores más que la vida.
Los vitalistas entienden el concepto de vida mucho más allá que un proceso biológico desarrollado durante un periodo de tiempo, la vida es irreductible a cualquier categoría extraña a ella misma.
El vitalismo plantea una fuerte crítica a la modernidad, utilizando las mismas categorías que le brinda la modernidad para hacerlo posible, es la misma tradición la que le da el marco para juzgar a la modernidad que se le presenta cómo decadencia, injusticia y enajenación. La opción vitalista es afirmar al hombre en la vida, y dejar de ser él mismo la negación del hombre cómo sucede en la modernidad, en donde a pesar de los avances científicos y la racionalidad del desarrollo socio-cultural se dio lugar a terribles guerras mundiales, hambrunas, religiones que niegan los principios vitales y que niegan su propia naturaleza.
Ante todo esto el vitalismo despliega sus senderos utópicos, y Nietzsche afirma que la esencia más íntima del mundo es la voluntad de poder y el superhombre, en este contexto, de nuevo coloca el problema del hombre en primer plano.
Tras la razón debemos concebir algo irracional, más importante, más edificante, que constituirá una voluntad única, que se esfuerza en dar explicación al mundo.
 “Vivamos resueltamente, de manera total, plena y bella” Nietzsche

Se puede entender la totalidad de la filosofía de Nietzsche como el intento más radical de hacer de la vida lo Absoluto, la vida no tiene un fundamento exterior a ella, tiene valor en sí misma. La vida entendida fundamentalmente en su dimensión biológica, instintiva, irracional, la vida como creación y destrucción, como ámbito de la alegría y el dolor. Nietzsche creyó posible medir el valor de la metafísica, la teoría del conocimiento y la ética a partir de su oposición o afirmación respecto de la vida.
Lo real para Nietzsche es la vida como reiteración de una voluntad que quiere querer, la vida es sobreabundancia, es ir más allá de sí misma, de toda metafísica limitante en formas y esquemas, la vida cómo juego, arte y risa que crea sus propias reglas y destruye las que otros han creado para ella.
Para Nietzsche la vida es lo suficientemente sagrada para justificar en sí misma todo sufrimiento, la vida no requiere premios post mortem para cobrar valor. El placer primordial es profundo y eterno, más aún que el sufrimiento, por ello no toda creación es necesariamente mero afán de ocultar el dolor, puede ser también el deseo de retornar al placer primordial, al núcleo de la vida, de vivir la experiencia de la verdad en la plenitud del dolor y en la plenitud del placer de la vida.
Hay en Nietzsche una constante profesión de ateísmo, que publica reiteradamente con la expresión: “Dios ha muerto”. Pero Dios no es sólo una tesis de algunos filósofos creyentes, sino la condición última, definitiva de la existencia de todo lo sensible. Toda la cultura occidental y la metafísica que la fundamenta se ha construido sobre la distinción, entre el mundo espiritual y el mundo sensible, situando a Dios en la cúspide de toda la realidad. Para Nietzsche el ateísmo trágico debe suprimir esta metafísica, para que sólo sobreviva el espíritu del hombre. Así reivindicamos a Dionisos, porque él simboliza la afirmación de esta tierra como único mundo.
Por un lado Nietzsche es destructor de ídolos y por otro lado debe levantar nuevos ídolos. Hay que destruir aquellos ideales que carecen de vida para identificar el nuevo lugar que ocupará el hombre. En el aspecto negativo se encuentra el entendimiento humano que critica y en el aspecto positivo la historicidad, que es la vida (por historicidad se entiende la conciencia que posee el hombre de su propio transcurrir en el tiempo).
Cuando se siente la separación entre lo racional y lo vital se formula la pregunta ¿qué es el hombre?, aquí Nietzsche considera que el cuerpo tiene una dimensión psíquica, el cuerpo es psique, y al plantear la posibilidad de un superhombre regresa a la utopía a a la reconstrucción, el superhombre es el que se vincula con la vida, es quién hace caso al “self”, al sí mismo, quien no haga esto encontrará que la vida se oculta y entonces lo que surge es la nada.
Y es aquí cuando regresamos momentáneamente a Heráclito: “El camino de ida y vuelta es uno y el mismo”.
La afirmación de un único mundo que está más allá del bien y del mal apunta a un radical cambio de valores. La vida es el principio supremo que destruye los valores tradicionales de la filosofía occidental y de la religión, la moral cristiana es una moral esclava, sobre ella debe triunfar la moral de los señores, que llenos de vida e identificados con la tierra se imponen por la fuerza.
En la concepción de la naturaleza humana de Nietzsche predomina lo biológico, el hombre es uno de los animales, todo lo que ha hecho y hace el hombre es continuación de la animalidad. Pero el hombre es el único animal todavía no fijado. Los demás animales tienen en el instinto el medio infalible para llegar a ser lo que son, y el hombre no. Hay algo fundamentalmente defectuoso en el hombre, dice Nietzsche que es como una enfermedad en el universo, y eso, sin embargo, constituye a la vez su valor. ¿Qué es lo que hace que el hombre se convierta en la enfermedad del universo? ¿Qué hace que aún el hombre no esté fijado? Seguramente está en que el hombre ha innovado, ha provocado al destino más que ningún otro animal. Ha sido el único en luchar con el animal y con la naturaleza para llegar a dominar, ha sido el único eternamente vuelto hacia el futuro. El peligro que corre el hombre al no encontrar el camino de regreso al superhombre por el camello, el león y el niño, está en volver a ser como los otros animales, convertirse en animal doméstico y terminar fijado erróneamente.
Por ser el hombre el único animal no fijado puede cambiar, y en ello se constituye su libertad. El hecho de las libertades nos introduce en la moralidad. El hombre que no se somete a las leyes de la naturaleza obedece a una moral, y bajo esa moral llega a ser lo que es.

Nietzsche quiere restituir al mundo y al hombre el señorío sobre el tiempo, sobre la existencia. El tiempo es la duración circular en la que orbita el universo eterno. La muerte de Dios supone el hundimiento de la cultura occidental sostenida en el otro mundo; es en el mundo, en lo finito, donde hay que buscar la energía de la creación, la voluntad de poder; pero si el mundo no es lo infinito, sino lo finito, la eternidad sólo puede ser pensada como eterno retorno. Con él Dios ya no es necesario. El eterno retorno es para el hombre superior un motivo de gozo cósmico y profundo en la estructura del tiempo. Vivamos de modo tal que queramos repetir este instante eternamente.
P.

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