martes, abril 01, 2014

Fragata

Buenos Aires, Argentina. Febrero 11, 2014
Si, Ayer me tatué a Kerouac, y hoy después de conocer la bombonera, caminito y el barrio de Monserrat, llego a Puerto Madero para llenarme los ojos de edificios altísimos, gigantes de acero que contrastan con el resto de la ciudad. El lujo y la riqueza, el lavado de dinero es evidente; me recibe el Hilton justo frente al puerto. Después de una mañana de lluvia, el sol pega duro en el agua. Camino por el puerto y la imagen del puente de la mujer se yergue estilizado ahí delante, camino con las manos y los brazos abiertos y con lentes oscuros me dispongo a cruzar por ahí. Justo al terminar el puente, a unos cuantos metros doy vuelta izquierda y veo la fragata Sarmiento, un barco militar de buen tamaño que por dos pesos argentinos me hace viajar en el tiempo.
Abordo la nave y se cruza en mi camino una mujer de ojos esmeralda que se apresura a preguntarme si quiero una foto en la cubierta del barco; sube al primer piso de la nave y la sigo a donde ella decidió era el mejor spot posible para hacer la foto. Después de tomar varios planos, tomo entonces la iniciativa y me presento, su nombre es Renata, española, madrileña. Recorremos el barco, reímos al intentar averiguar que se siente recostarse en una hamaca para marinos, descendemos a las cámaras de cadetes y yo decido que es buen momento para humectar la locura de Kerouac y ella ofrece a ponerme crema para cubrir el tatuaje nuevo, siento sus manos frías en la espalda, la mejor forma de romper el hielo. Termina el ritual  siento sus labios en la nunca, justo en medio de los microdermales que la centran. De inmediato me noto en extremo nerviosa y ni me atrevo a moverme, ella recarga su mentón en mi hombro derecho y nos quedamos ahí, frente a una ventana con platos y medallas al mérito y al valor. Me sudan las manos, de pronto ella me dice que tiene tres tatuajes, decide buena idea desabotonarse los “vaqueros” y mostrarme las grecas que tiene en la cadera izquierda; toco el tatuaje con la mano mucho más titubeante que ella cuando lo hizo anteriormente con el mío… me besa, sin más. Ráfaga de calor me atraviesa y de pronto ella gira, me toma de la mano y me pide que la siga una vez más, una vez más lo hago. Le tomó dos minutos abrir la puerta de una camarilla en donde el sol daba con todo a través de una ventana redonda de madera. Ella entra primero, inmediatamente da vuelta y yo aún en medio de la escotilla, se apresura a besarme y yo apuro el pie para quedar por fin dentro, mientras a la vez, intento cerrar tras de mi la puerta que no alcanza más que a quedar entre abierta, no me atrevo a moverme mucho al principio pero sus manos se apresuran a mi nuca, me abraza, pega su cuerpo al mío y me besa sin prisa y sin tregua. Me regala sonrisas y en esa cámara de sol sus ojos se transforman en azul vivo mientras sus manos no dejan de ser frías, lo noto cuando me acaricia por debajo de la blusa la parte baja de la espalda; apenas puedo creer que esto esté sucediendo, todo resulta ser tan poco probable… una fragata en Puerto Madero se convierte en minutos en el sueño de una tarde de verano en la Plata.
El tono sube, respiro distinto, me toma firme la mano derecha y noto que jamás se abotonó de vuelta los jeans, lo se porque es ahí donde conduce mi mano con rapidez, casi me derrito cuando noto la inexistencia de ropa interior y a la vez sus manos prestas y hábiles con los botones de mis pescadores. Casi no mediamos palabra, nos concentramos en ser dos completas extrañas que de cualquier forma no temen ser descubiertas por quienes abordan constantemente el navío.
Todo resulta intenso a ese momento y me vuelvo loca con las pocas cosas que murmulla muy cerca de mi oído, ese acento y la respiración rápida y acompasada, la atmosfera húmeda, las vocales entrecortadas; hacen de esta la fantasía lúbrica más excitante de una mujer que busca sorprenderse.
Nadie interrumpe el momento, ni el calor, el sol, o la tripulación. No sé cuánto tiempo duró el encuentro, me perdí entre husos horarios hace días.
Salimos de ahí con calor, sed y una sonrisa amplia y cómplice. Me costó trabajo subir las escaleras a cubierta, me temblaban las piernas y por supuesto hice todo lo que pude para que ni ella ni nadie lo notara, pero no lo logré. Rió conmigo cuando casi resbalo del cuarto escalón que conducía de regreso al aire fresco.
Necesito un cigarro y se lo digo, salimos de la fragata caminando por el “puente” hacía el muelle, saco los cigarros de la mochila y noto como cierra los ojos con el sol en la espalda sentada junto a mi. Ella no fuma; al acerca el cigarrillo a mi boca, la percibo de nuevo, la tengo aún ahí, en la punta de los dedos, en los labios y claro, en la nuca. Cierro los ojos también y prendo el encendedor, fumo y aspiro ampliamente, el humo se estaciona entre ambas, el viento no existe. Decide entonces ir a comprar un par de cervezas al Kiosko a unos metros de distancia, par de Stella frías que bebemos despacio sentadas en la rambla aún frente a la fragata.
¿Qué se dice después de un encuentro de esa naturaleza? Yo escondo entonces los ojos de nuevo en los lentes oscuros y me pregunta entonces qué hago en Bs. Aires, a lo cual respondo: No sé, tal vine a conocerte. Suelta una carcajada breve --de inmediato note la intensidad de mi respuesta- así que intente suavizarla explicándole los verdaderos motivos de la travesía. Justo en ese momento veo el reloj y noto que tengo exactamente 10 minutos para regresar al autobús turístico que me llevaría de regreso al centro y a mi amado bus 111, así pues me despido apresuradamente y corro de regreso por el puente de la mujer. No la volveré a ver jamás.

P.




3 comentarios:

  1. Me enchino la piel... Si a mi me hubiera pasado eso, seria como un sueño hecho realidad... preciosa experiencia! :)

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    1. Fue eso tal cual... Un sueño que se extendió a la realidad... Gracias por leer!

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    2. Me gustan tus letras, vendre a pasear a tu blog! saludos

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