domingo, enero 29, 2006

Una mancha roja

Una mancha roja, se expande y se derrama en si misma, me come.
La siento abarcarme desde atrás, sus bordes nítidos se oscurecen, su elasticidad permite la perversión del espacio, las personas observan, la indiferencia me aturde, la mía propia me identifica.
En el centro se reflejan con un brillo mortecino y excitante, las muecas de todos aquellos embrutecidos por su global manera de azotar los demonios internos.
Me gusta ver cuando mis ojos desenfocan el objeto disipado, me gusta imaginar los puntos que se rozan fuera de mi, las partículas de cualquier cosa que chocan con la percepción de los rayos magnéticos de mi irracionalidad.
La mancha me come, me contiene y me lleno de ella, la siento expandirse, tan roja y tan roja; estoy a punto de voltear, tengo miedo de no reconocer la luz que choca contra mis colores.
Mi melancolía se contrae dentro de una mancha sangrante de ideas, se me escurre entre los dedos marcándome los pliegues y haciéndome llorar, me mutila los presentes, me refuta el argumento de felicidad.
Los pinceles lánguidos de hembras sacrificadas, la luna y sus montes de Venus, el perro perdido y vagabundo por necesidad, la chamarra reposando olvidada en alguna cafetería, la punta de una uña al final de una mano que sostiene un paraguas negro en un velorio de otoño, una sala acolchada de hollín y maledicencias, mi cabeza rapada de frente a un oratorio.
La mancha sigue ahí, me desmorona y me parte las coyunturas, va dejándome lunares rojos en el plano vacío de la existencia, ladeo la cabeza y reflexiono la caricia del destino, me cierro el abrigo y recorro las callecillas de noche y en silencio.

P.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario